Componer, crear, curiosear y fantasear es un proceso (tal vez un todo), que he desarrollado desde niño.
No recuerdo con claridad cómo era mi vida antes de tocar guitarra, pero si tengo vívidamente el recuerdo del primer día en que tuve en mis brazos este instrumento que cambiaría mi vida para siempre. Estaba en la casa de mi abuela paterna (La tita Ofita).
Yo estaba sentado en el suelo y mi hermana, 2 años menor que yo, estaba en el sofá de la sala mientras una señora trataba de enseñarle a tocar guitarra. Mi hermana intentaba. Doy fe de que intentó. Pero ante su impotencia de no lograr que la guitarra sonara, me la pasó y me dijo “hágale usted”. Entusiasmado por el reto y la curiosidad, cogí la guitarra y un corrientazo recorrió todo mi cuerpo. Con un par de intentos logré que la guitarra sonara y desde ese día todo cambió. Mi hermana y yo cambiamos de puestos, ella en el piso y yo en el sofá, y de ahí en adelante la señora me daba las clases a mí.
Al poco tiempo esta señora dejó de ser mi profesora y me inscribieron a un curso de vacaciones recreativas donde daban clases de guitarra. Yo era en estatura y tal vez en edad, el más pequeño de todos. Fui víctima de burlas y chistes por parte de los compañeros, porque la guitarra era considerablemente más grande que yo. Pero esto no me detuvo. Aprendí canciones de todo tipo: zambas, vals, boleros, en fin… una cantidad de información empezó a trasnocharme y aún siendo un niño empecé a soñar con la guitarra día y noche. Ante mi insaciable deseo de tocar guitarra, el profe de aquel entonces se ofreció a darme clases extras y ya no volví a verme con los demás compañeros. El compromiso con la guitarra se volvió algo serio para mí, no un hobbie de vacaciones.
Aprendí con el tiempo a distinguir los acordes a oído, y eso me facilitó aprenderme canciones de todos los casetes que tenía mi papá. Estamos hablando de una época donde no había internet. Las canciones estaban o en los discos o en los casetes o en la radio (pero esta no la podía parar para analizar).
Pero un día todo cambió.
Conocí a una persona que había tenido un “cuarto de hora de fama” porque había escrito la canción de una telenovela y tuvo una corta carrera como músico profesional. Lo conocí en una fiesta familiar y mi papá estaba particularmente feliz de que yo conociera en carne propia a una persona exitosa en la música.
Pero cuando él empezó a cantar, el tiempo se detuvo. Entré en otra dimensión dónde sólo podía pensar: ¿Cómo es posible que sea capaz de escribir una canción? Yo nunca había estado frente a un compositor, yo no sabía que uno podía componer sus propias canciones.
Y esto se convirtió en mi nueva obsesión. Atrás quedaron los casetes de mi papá.
Decidí que yo tenía que escribir mis propias canciones.
Empecé a explorar temas sencillos, le compuse canciones al carro que teníamos (un renault 4 verde modelo ´77) también escribí canciones y poemas a los amigos y obviamente a mis primeras impresiones del amor.
La guitarra se volvió parte de mi ser, respiraba y vivía música las 24 horas.
A los amigos de mi misma edad no les importaba que yo tocara guitarra y cantara, eran mis amigos para jugar futbol, rin rin corre corre, escondidijos, entre otros.
Pero a sus hermanos mayores y sus amigos sí les causaba gracia ese niño que tocaba guitarra y cantaba canciones de amor. Me llamaban para que yo les cantara donde sea que estuvieran. Incluso uno de ellos tuvo la osadía de grabarme en su equipo de sonido que tenía micrófono.
Así pasaban los años de la niñez y luego de la adolescencia, donde descubrí el sonido de las guitarras distorsionadas.
Slayer, D.R.I, Metallica y un sin fin de bandas revolcaron mi cabeza y me di cuenta que habían otras formas de tocar y de hacer canciones.
En esa época nació mi primer proyecto musical: Estado Legal.
Eramos 3 amigos del colegio, y el bajista y yo éramos los encargados de escribir las canciones. Pronto nos encontrábamos haciendo conciertos en garajes y plazoletas. Grabamos algunos casetes, y a la gente le comenzó a gustar nuestra música y nuestras letras.
Estado Legal murió en 1998 al graduarnos del colegio, pero una chispa (o una llamarada) quedó dentro de mí. Ahí fue donde nació Popcorn. Lo que aún sigue siendo mi proyecto musical.
En mi vida siempre puse la guitarra y la música por encima de todo. Los fines de semana prefería quedarme en la casa estudiando o escribiendo en lugar de salir a perder el tiempo por ahí. Ya los amigos no me invitaban a salir porque ya sabían que yo iba a decir que no.
Han pasado muchos años, y el ejercicio siempre ha sido el mismo: escribir canciones sobre las cosas que vivo, siento y pienso. Hoy que soy adulto trato de reflexionar sobre este ejercicio de darle vida a las ideas, entender porque me gusta tanto y porque no es algo que sea del interés de todo el mundo.
Estoy convencido de que somos parte de un todo, de todo lo que existe, de todo lo creado, de todo lo que vemos y nos rodea, hasta lo que no alcanzamos a ver, ya sea por que es infinitamente lejano o porque es absolutamente microscópico.
Mis pensamientos son parte de ese todo.
Tal vez mi papá y mi mamá escuchaban música en el momento preciso de mi niñez, o me expusieron a situaciones de algún tipo de sensibilidad que me fueron formando de tal manera que inconscientemente me hicieron magnético con el arte, especialmente la música.
Y esa sensibilidad hacia la música hace que mis pensamientos estén enmarcados en ideas con ritmo, melodía y armonía. Mis ideas, mis pensamientos y toda esa revoltura de información que llevo dentro hacen parte del todo, de todo lo que existe. Yo sólo las transformo de un estado a otro. Como el agua que se evapora o la energía que se transforma.
Creo que tengo la capacidad de ver cosas en mi mente e interpretarlas como la materia prima necesaria y justa para convertirlas en una canción.
Las ideas vienen y van, como cualquier pensamiento. A veces estoy preparado para recibirlas y a veces no. Muchas canciones se me han desaparecido por confiar en mi mente y que las recordaré después, pero las olvido.
Por eso con el tiempo he desarrollado mi propio método para escribir canciones, y afortunadamente existe la tecnología para grabarlas y jamás olvidarlas.
Algunas veces me gusta empezar pensando en el ritmo, soy como un perro olfateando ideas en la cabeza. Otras veces son acordes que empiezo a combinar de manera aleatoria hasta encontrar un patrón que me gusta.
Poco a poco empiezo a encajar las fichas de ritmo y armonía, y pongo al final una melodía que haría las veces de la voz. Todavía no hay letra. Eso lo dejo para el final.
La letra puede nacer de dos formas: inspirada por esa melodía o puede ser alguna cosa que yo haya escrito previamente y que la hago encajar en este nuevo panorama de canción.
Para mí, no existe otra forma más completa en la que yo me pueda expresar. Todos mis sentimientos, pensamientos y reflexiones quedan en algún momento de la vida expuestos en una canción.
Escribir es mi catarsis, mi terapia, mi paz, mi meditación y lo que más me gusta hacer en la vida.
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